Adler había desperdiciado el día. Como de costumbre.
Se dirigió al cuarto de estar, para encender el televisor. Recordó, subitamente, que no tenía televisor.
Se había desecho de él en torno a un mes antes de aquel desafortunado instante en el que deseó encender un televisor del que se había desecho. De hecho, se había desecho del televisor para no desperdiciar un solo día más. A menudo, el karma juega sus cartas hasta en las más insípidas vidas. Existe la predestinación. Satán juega al Texas Hold´em con cartas de tarot en un casino en Nevada.
Encendió el ordenador, buscando un servidor para jugar al ajedrez por internet. Había hecho algún conocido por ahí. Uno de sus contrincantes preferidos era un ruso, cuyo nombre en clave era "Leitmotiv", pero al que Adler siempre asociaba mentalmente con Lenin.
Imaginaba que Lenin estaba ahí fuera, en una caldeada sala en el Gulag, contemplando como una multitud de prisioneros languidecían de hambre y trabajo, su cuerpo escurrido y su malvado rostro amparado tras el cristal de unos anteojos empañados, susurrando:
" Álfil a B6, sucio americano. "
O algo así.
Sonrió para sí mismo, y apagó el ordenador.
Lo cierto es que no quería pensar en aquella niña, o en la joven de la cafetería. Ambas escenas le habían inquietado un poco. En distintos ámbitos, por supuesto.
Aqueña niña, Irene Smith. Había sido un profesional, un solitario. Eso estaba claro. El medio empleado era complejo. La limpieza de aquel asunto... Mejor no pensar en ello.
Cuando se disponía a reflexionar la joven, decidió prepararse un café. Era un bonito pretexto para no pensar. Deseó con todas sus fuerzas no haber tirado la cafetera.
Sonó el teléfono.
" Adler, abierto 24 horas, ¿digame?-"