Planta 56

¿Qué se supone que ha pasado?
¿El sabbat?
No podemos quedarnos así.
...
No, no hay que preocuparse de eso. Ha sido un maníaco.
Habla con quién haga falta, pero asegúrate de ser discreto. Tan pronto como tengas noticias infórmame.
...
Descuida, de eso me encargo yo.
Para esta noche necesito la información, no podemos dejar que este asunto se nos valla de las manos. Si se trata del sabbat, no podemos escatimar en esfuerzos.
...
No espero menos.

Ahora el teléfono descansa sobre la mesa.
De la chaqueta, saca la petaca y se llena la boca de un líquido espeso y carmesí.
Como las nubes que empañan el cielo, esta conversación augura una desagradable tormenta.


Si se trata del sabbat y juego bien mis cartas, quizá pueda optar a principe.

El Baltimore siempre fue a sus ojos un clamoroso falo lleno de lucecitas insípidas, cargado de "poderosos" mortales tan frágiles como un vaso de cristal, tan extremadamente débiles como un brazo al romperse por la mitad tras un golpe. Las puertas del hotel, doradas y luminosas en exceso para su gusto estaba custodiada por un flacucho varón vestido cual payaso de feria. El estúpido sombrerito redondo y negro le daban impulsos de estamparlo de un porrazo contra su cabeza, pero contuvo el impulso. Aunque deliciosa, la sangre era difícilmente disimulable.

Con pasos firmes similares a los de una apisonadora, Brunke se aproximó a la puerta. La cara del botones pasó de un estado de enajenación mental a una expresión de aquel que está próximo a cagarse en los pantalones. Y sólo era una mujer.

-Eh, chaval, tranquilo. Puedes respirar, sólo quiero que me hagas un favor -comentaba acercándose peligrosamente al hombre-. En tu hotel hay un tal Moriarty, ¿verdad? Sube a su habitación y dile que tenemos que hablar de algo muy importante. Me gustaría organizar una cena con él, de esas pomposas. Seguro que lo entiendes todo, ¿verdad?

El hombre asintió con gesto tembloroso.

-Pues lárgate ya. No tengo todo el día.

El botones se adentró entre las columnas de mármol hasta las lujosas tripas de aquel indigesto falo travestido.

El teléfono volvió a reclamar su atención. Moriarty descolgó el teléfono con decisión, esperando escuchar la información que hacía un par de horas había exigido.


-¿Si?
-See...¿seeñor Moriarty?
-¿Quién pregunta?
-Llamamos de recepción. Una mujer quiere, según sus palabras, "hablar de algo muy importante". Quiere organizar una cena con usted.
...
-¿Sigue en la puerta?
-Ssi señor.
-Que espere, bajaré enseguida. Por cierto, espero una llamada muy importante: cuando suene el teléfono, pasen la llamada a recepción y haganmelo saber inmediatamente.
-Si señ-

"El recepcionista estaba acojonado. Vampiro imponente, probablemente un brujah. Esta va a ser una conversación incómoda. Apuesto a que tiene que ver con la niña. Si viene a hablar, buscará información: un brujah carece de la ecuación [PLANTEAMIENTO-REFLEXIÓN-ACCIÓN], directamente es [PLANTEAMIENTOACCIÓN]. A ver si consigo hacer un nuevo informador. Es poco probable, pero...


Poniendose una elegante chaqueta oscura dejó la habitación y bajó los 56 pisos que le separaban de su improvisada reunión.

Se abrieron las doradas puertas del ascensor, haciendo un sonidito agudo al terminar de abrirse. El vestíbulo se veía enmarañado: decenas de personas en un movimiento caótico, hablando, gritando, gruñendo, fumando, todo de manera escandalosa.
Se trata de un hotel de 5 estrellas, maldita sea. ¿Dónde esta la etiqueta? Los humanos cada vez dan más asco.
Cruzó con firmeza la estancia, manteniendose sumergido en el tumulto de personas para poder así observar sin ser visto; y ahí, en la entrada del hotel, una estatua pálida de pelo negro y gran estatura. De aspecto intimidador, estaba claro que no había esperado a su muerte para partir bocas.
Persona de caracter duro, firme, agresivo; probablemente su personalidad se basa en la amenaza. En su cuadrilla, la lider sin discusión. Esta completamente quieta: al margen de ser una brujah, es reflexiba. Quizá si que se pueda hablar con ella, después de todo. Mmmm, alemana. Batiburrillo político. O bien se cree oprimida, o bien que el poder reside en en los de su clase.

A ver en qué termina.

Dió unos pocos pasos, y se plantó frente a la puerta, dejando al empleado que le abriera el paso.
Con rostro severo y amenazante se plantó a un par de metros de la mujer, mirándola directamente a los ojos.

Cuando el botones se marchó al interior del vestíbulo Brunke hizo una leve señal con la mano a los demás miembros de la cuadrilla. Debían permanecer lejos de la entrada para no imponer cierta tirantez y de paso, vigilar las espaldas de la brujah. Aunque no le gustaban las formalidades, era muy consciente del obtuso placer que les suponía a otros clanes menos directos; buscando siempre un mal gesto en el que cebarse y creer que dominaban la situación; no más que una leve excusa para esconder el miedo y presentarse a otros como alguien de carácter. Por suerte, conservar una máscara durante mucho rato suele ser agotador... y complicado.

Esperó un rato cerca de la puerta. Los clientes del hotel le dirigían miradas de soslayo, murmurando tras una falsa expresión de indiferencia. Esas situaciones gustaban a Brunke, justo cuando las personas perdían las formas y se comportaban como lo que eran: hipócritas criaturas con un valorado sentido de sí mismas. Nunca se daban cuenta que la atención era una preciosa ventaja que beneficiaba a aquel que la recibe. No necesitaba estar allí dentro ni increparles nada, sabía qué hablaban qué palabras lanzaban contra ella y qué les hacía sentir. Repulsión, rechazo, menosprecio...

Brunke se permitió una discreta sonrisa llena de satisfacción.

Deja al cordero murmurar... Algún día se dará cuenta de su fin y será demasiado tarde para arrepentirse.

El botones apareció para abrir la puerta a un hombre vestido con una pomposa chaqueta, de apariencia ajada como si el tiempo no hubiera sido bondadoso con él. La miraba sin recato, directo al centro neurálgico portando como estandarte cierto tinte amenazador. Brunke le devolvió la mirada, resuelta y tranquila sin borrar esa sonrisa cargada de intenciones de sus pálidos labios. Casi sintió ganas de echarse una carcajada ante la estampa del ventrue; si pretendía que ella agachase la cabeza ante la abrumadora presencia de un sangre azul simplemente por llevar un ficticio título colgado a sus espaldas... Bueno, tenía toda una eternidad para esperar. Normalmente, no le gustaba que nadie intentase intimidarla.

-Moriarty, qué bien te veo -comentó con su habitual tono pausado, dejando flotar en el aire una ironía voluntariamente mal disimulada-.

-Brunkenberg.- Devolvió asi el saludo.
-Ahorremonos las cortesías, ni tú tienes ni yo necesito. ¿Qué quieres?

Con estas palabras envolvió la riada de preguntas y respuestas que se hacía y autocontestaba mientras sonsacaba información de la brujah sin que ella se diese cuenta.

No me gusta tratar con brujah. Parten de que soy el enemigo: la mentira cuesta el doble de esfuerzo y dura la mitad de tiempo. Desdichados.

-Pero qué mala educación, Moriarty. ¿Es que la no-vida ha hecho que tus modales se oxiden? Algo así podría haberse esperado de mí, pero de uno de los tuyos -chasqueó la lengua en un gesto de desaprobación con el ceño fruncido, moviendo la caebza pausadamente en señal de negación-. ¿O es que tal vez estás nervioso?

Brunke le dirigió una mirada inquisitiva.

-Imagino que el cadáver de la niña Irene Smith te ha debido dar un vuelco al corazón... Tan trágico suceso y encima, con nuestra firma impresa en el cuello; supongo que estarás barajando opciones. ¿Cual es la que se te antoja más firme? ¿Sabbath?

Desde que cayera la noche sobre la ciudad había barajado posibilidades y aunque su cabeza había sopesado la muerte de la niña como el ataque de un brujah abandonado por su sire, la había descartado al instante: el cuerpo estaba demasiado bien como para un brujah hambriento. No era una opción. Sopesó incluso algún neonato, pero su cabeza siempre se dirigía hacia la sombra del Sabbath. Si resultaba ser cierto, Moriarty tendría un problema y ella... Quién sabe.